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Por: José Luis Garcés González * / Especial para El Espectador
Las librerías callejeras, o de segunda, o de tercera, o, como se dice últimamente, de “libros leídos”, ejercen en algunos bibliófilos una atracción especial. Se habla de librerías que contienen libros, entendiendo que, de acuerdo con el criterio de la Unesco, libro es el volumen que posee más de 49 páginas; el que tiene entre 48 y 5 páginas se llama folleto; y el que menos se denomina hojas sueltas. Algunas de estas librerías de segunda están ordenadas, otras parece que les hubiera caído un bombardeo de palabras. Ubicadas en destartalados kioscos o distribuidas sobre lonas, papeles o cajas o mesas, o en caserones antiguos penetrados por trajinadas escaleras de madera, poseen una cuota tangible de misterio. No sé por qué, pero me atraen las que puedan tener su vampiro extendido en el techo o su fantasma adherido a la puerta del patio.